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En la opinión de
Camaleonismo político
Por Víctor Santiago
Sin importar el público espectador, los partidos políticos continúan empeñados en proseguir una bufonada cuyo impacto no puede tener mayor trascendencia política entre un electorado fastidiado, abrumado y desilusionado por tanto malabarismo político.
Tanto se han alejado de él, que no importa la impresión que dejan. Tan seguros están de las etiquetas, que sus denominaciones suelen tener el mismo impacto que cualquier producto fraudulento del mercado: ultra, plus o ligth: el objetivo final es vender. Así un partido cualquiera se dice de izquierda, de centro o de derecha aún cuando su comportamiento o su práctica política vayan en realidad por rumbos diferentes.
En este caso, el camaleonismo político es menos necesario en los declarados partidos de derecha, como el PAN, pues su política conservadora y pro empresarial es más sincera y acorde con sus principios, que la de aquellos que se denominan centristas (PRI), o de izquierda (PRD), ya que finalmente, de los resultados de la aplicación de su política a la realidad social del país, se desprende la observación de que son mayores las afinidades que los unen a los primeros, que sus desacuerdos “de principios”, “programáticos” o llanamente declarativos.
Y es que finalmente, en este juego perverso, la aspiración obsesiva de tomar parte del poder les hace perder el sentido de la realidad -manifestación inequívoca de neurosis-, sumiendo a los dirigentes de los partidos en las más profundas contradicciones. Es el caso de las alianzas regionales que están asumiendo para enfrentar los próximos comicios electorales. No les importan los efectos desastrosos de esas alianzas, como la del 2000, en la que resultó peor el remedio que la enfermedad. Todo por aplicar hasta sus últimas consecuencias la política pragmática de arrebatar el poder para imponer otro como objetivo central del quehacer político.
Las diatribas de los partidos, desvinculadas de las necesidades reales de la gente de la calle, no son tomadas en cuenta, porque de hacerlo, necesariamente afectarían los intereses de los que realmente defienden. Aún los discursos de los más radicales están diseñados con pulcritud para no afectar la sucia conciencia de los poderosos. Recordemos la célebre frase de López Obrador durante su campaña: “¡Que se oiga bien, y que se escuche lejos…! para enfatizar que en caso de llegar a la presidencia, mantendría intactos los intereses del poder económico.
Hoy la alianza PAN –PRD en nuestro estado, para desplazar al caciquismo político del PRI, se asemeja a las contiendas decimonónicas porfirianas entre científicos y revistas para suceder al dictador. Políticamente ese es el ambiente que se respira: la democracia juega hoy el mismo papel de hace cien años; es solo una mascarada, una farsa que tiene como objeto arribar al poder vistiendo las luces de la democracia, con el objeto de continuar el festín de privilegios. Para ello es necesario obviamente, desplazar al contrincante del poder, pues este acapara todo, no comparte.
Con toda seguridad, la congruencia ideológica colocaría a los partidos en una distinta relación de fuerzas y acarrearía mayor popularidad a un partido congruente dentro de la izquierda, ya que son muchas las afrentas que recibe el ciudadano común, y no existe partido que reivindique sus demandas más sentidas, que esté dispuesto a arribar al poder en su nombre, sin compromisos ajenos a esta noble causa.
Por lo demás, esta alianza, de llegar a cuajar en gobierno, fortalecerá sin duda la posición de la derecha, volviendo más difíciles las condiciones de vida de los oaxaqueños, al robustecerse el conservadurismo político, con todas las consecuencias que esto implica. Basta echar un vistazo al pasado reciente.