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Estación Mogoñé, San Juan Guichicovi
(Norma Guzmán Sibaja).- Ubicado a unos minutos de la carretera que conduce
a San Juan Guichicovi, en la Agencia Municipal de Estación Mogoñé; se encuentra
un lugar mágico, donde la belleza de la naturaleza te complace, te absorbe y te
hace parte de ella. Se trata de La Cascada.
Saliendo
de Matías Romero y rumbo a Coatzacoalcos, dejas la carretea federal y tomas la
carretera a San Juan Guichicovi, pasas San Juan Viejo y llegas a Estación
Mogoñé; te recibe su capilla a San Vicente Ferrer y después su mercado; bajas y
encuentras las vías del ferrocarril. La estación del tren, construida en 1910 y
que, en proyecto, se reserva el lugar para la Casa de Cultura de la Agencia.
Dejas
tu vehículo a un costado de las vías o bien, pides a las camionetas que te
bajen en el lugar. Caminas menos de 10 minutos sobre una vereda, donde la sobra
de los frondosos árboles te cubre del sol.
Para
poder ingresar, debes pedir permiso, pues es propiedad privada, cruzas algunos
potreros. Si tienes suerte, podrás observar a los caporales ordeñando; gente
sencilla y franca, que te indica la dirección a tomar.
Desde
lejos, se puede escuchar el sonido del agua y, si hay viento, la brisa del agua
se esparce cual rocío. Es señal que nos acercamos.
Las
palabras se quedaron en la mente; la imagen es hermosa. Grandes rocas forman la
pendiente, del cerro brota un agua cristalina y fría, fría a pesar de los
cálidos rayos del sol.
Abajo,
cual cenote, se forma una poza de agua transparente, a veces los colores
tienden a azul y verde. Miguel Fabián, nos dirige en esta travesía; siendo mis
cómplices: mi gran amigo; el reportero y corresponsal, Camilo Enríquez y la
maestra Alicia Hernández.
Escalar
las rocas, de donde brota el agua para caer cual cascada no es una tarea
difícil, pues las piedras no se encuentran ni lamosas ni resbalosas. Es más,
subir las grandes rocas es un deleite para los niños y para los grandes que en
ese momento sacan su niño interior; después, no te queda otra opción, debes lanzarte
cual profesional clavadista hacia la poza.
Nuestra
inquieta curiosidad nos hizo observar las cavernas, sus formas cual dentadura
de tigre. No es muy seguro adentrarse a estas cuevas, pues encontramos uno que
otro murciélago. Sin embargo, las exploramos, escuchando en su interior el
rugido del agua al correr.
Después
de la caminata, nada más refrescante que un chapuzón que te deja sin aliento y
corta de tajo cualquier preocupación.
Flores
moradas y amarillas del campo rodean este majestuoso paraje: lugar mágico que
te recrea, disfrutando de lo natural, de lo espontaneo.
Y
así, después de explorar esta belleza natural, nos despedimos de La Cascada y
emprendimos el regreso; la construcción tipo inglesa de la antigua estación del
ferrocarril nos remitió a la realidad.