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Por: Carlos Beas Torres
Para: Lupe, Victor, Violeta, Cecilia y Raúl y para los muchos que fuimos
de alguna forma sus hijos.
Matías Romero.- Puntual como era, llego Fernando Chávez a la que sería
su última morada. En estos airosos días de enero acompañado por una multitud
abigarrada de entre la que se destacaban las cabezas blancas de los viejos vallejistas,
el vestido colorido de las mujeres binniza, el paso ligero de los´pequeños
comerciantes, el murmullo de los campesinos mixes y el sentido dolor de su
familia, presuroso llegó en hombros de sus compañeros al panteón municipal de
Matías Romero, una pequeña ciudad istmeña escenario de antiguas luchas
sindicalistas y de intensas movilizaciones indígenas y magisteriales.
En agosto próximo Fernando Chávez Magos cumpliría 80 años. Nacido en el
Barrio bravo de Tepito, su madre fue una migrante otomí que de Hidalgo llegó a
la ciudad de México huyendo de la pobreza en que aún se vive en el Valle del
Mezquital. Por la situación económica de su familia solo pudo asistir pocos
años a la escuela, y desde muy joven, como muchos tepiteños se dedicó al
pequeño comercio chacharero.
Gran conversador, le gustaba narrar sus correrías de juventud y en
particular, de la intensa vida nocturna de la ciudad de México en los años 50´s
del siglo pasado, fue asiduo por necesidad de carpas y cabaretes, pues en
alguna época se dedicó a recolectar botellas, y de esas correrías, contaba
sabrosas anécdotas en un tono de voz por el que pronto se ganó el mote de “El
Ronco”.
La vida lo llevó a mercar lejos de su barrio, como los antiguos tamemes,
recorrió nómada los caminos del Sur llevando su carga hasta las lejanas tierras
del Istmo de Tehuantepec y de la Costa chiapaneca. Junto a hilos, botones y
tijeras… El Ronco también llevaba
escondida otra preciada carga, literatura comunista.
Fernando, en aquellos años, estuvo relacionado del Partido Comunista
Mexicano y hasta sus últimos días, fue un apasionando propagandista de las
ideas de izquierda y de las luchas del pueblo mexicano.
Hacía principios de los años sesenta se estableció en Matías Romero, una
pequeña ciudad donde aún se respiraba la brutal represión que habían sufrido
los ferrocarrileros vallejistas, ahí se volvió locatario en el mercado y se
enamoró de una joven comerciante zapoteca, con la que poco después contraería
matrimonio a la pura usanza juchiteca.
En su casa de calle Morelos estableció una pequeña papelería y librería
que pronto se volvió punto de reunión para la tertulia y el comentario
político.
En las tórridas tardes del Istmo, El Ronco se sentaba afuera de su casa
y poco a poco llegaban los amigos y camaradas a compartir las noticias y temas
de actualidad.
Fernando fue extremadamente generoso, recién me enteré de una anécdota,
que lo retrata de cuerpo entero. El dirigente ferrocarrilero Odilón Vázquez,
conocido como El Alacrán fue asesinado dejando a cargo de su mujer, Maximina,
una pesada carga de 8 hijos, ella para sobrevivir puso una pequeña tienda,
ahora me entero que El Ronco les daba artículos escolares para que se ayudaran.
No sería exagerado decir que en su larga y generosa vida ayudó de manera
desinteresada a cientos de personas.
Como propagandista incansable difundió en su momento las luchas de la
entonces combativa COCEI, y apoyó la creación de varias organizaciones, entre
ellas: UCIZONI, UPCI y OPIMAR.
Cuando el levantamiento zapatista de inmediato se sumó a difundir la
revuelta chiapaneca y también simpatizó con las candidaturas de Cárdenas y
López Obrador, repartiendo miles de volantes que costeaba de su bolsillo.
El Ronco vestía humilde, su mujer Asunción su quejaba de que no se quería
comprar ropa.
No olvido su imagen en aquella fría mañana de Xelajú; Guatemala, cuando
un grupo de mexicanos buscábamos algo caliente que tomar, todos con jorongo o
chamarra y Fernando solo con su camisa deslavada de manga corta y sus huaraches
juchitecos. Así era él: austero, solidario, humilde y dicharachero con su
inconfundible jerga chilanga la cual nunca olvidó.
Una faceta interesante de este hombre autodidacta fue la de promotor cultural. Difundió como
nadie en pueblos y ciudades de este lado del sur de México, literatura de todo
tipo, pero en buena medida socialista y libertaria. Los Quialapayun o Víctor
Jara se escuchaban en rancherías y poblados, gracias a las cintas y discos que
el regalaba o vendía. Y con razón se enojaba cuando decía que los jóvenes ya no
querían leer, que la televisión los tenía atarantados y los hacía majes, era el
opio del pueblo.
Hace pocos años murió Asunción la compañera de su vida y de su caminar,
de por si enfermo, ese duro golpe lo fue hundiendo poco a poco, pero aunque con
menos ánimo y ya cansado, siguió hasta que sus fuerzas se lo permitieron
difundiendo luchas sociales y denunciando brutalidades gubernamentales.
En septiembre del 2013 cuando el gobierno desalojó el plantón
magisterial del Zócalo de la ciudad de México, los maestros istmeños bloquearon
en protesta la carretera Transístmica, ahí en esa protesta y bajo una pertinaz
llovizna me encontré a El Ronco: viejo, cansado, enfermo y me atrevería a decir
un tanto decepcionado pero firme y solidario, como hasta su muerte fue.
Fernando Chávez Magos fue El Ronco del Sur, pues en el Norte tuvimos
otro Ronco, Ricardo Robles, un incansable luchador social, muerto hace algunos
años ya, en Chihuahua. Ambos se destacaron por su vozarrón. Pero también, por
su jovialidad, buen corazón y por el compromiso con sus ideas de justicia, paz
y libertad.
Se nos fue El Ronco, pero como dijeron algunos que convertimos su
entierro en un acto político, cargado de discursos y consignas, nos queda su
memoria, su enseñanza y la difícil tarea de seguir su lucha, la lucha en un
México donde la injusticia y el atropello son el pan de todos los días.
Extrañaremos en estas tardes de calor su presencia, sentado afuera de su
casa, saludando animoso con su vozarrón a conocidos y desconocidos, siempre
presuroso a compartir sus volantes y su palabra cargada de rebeldía y humanismo.
Hasta Siempre Ronco Chávez. Hasta siempre compañero.
Matías Romero, Oaxaca. Enero del 2015