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México (EL PAÍS/ RAYMUNDO RIVA PALACIOS).- Hace
una semana y media comenzó un debate en México apasionado, pero sin argumentos.
El decano del periodismo mexicano, Julio Scherer, fue invitado por uno de los
jefes de narcotráfico, Ismael "El Mayo" Zambada, porque, le dijo
claramente, quería conocerlo. De su plática, Scherer reprodujo en su revista
Proceso juicios de valor de Zambada, sin que le hiciera preguntas -de acuerdo
con lo que difundió- sobre ningún tema que justificara el valor de esa charla.
La forma chocó con el fondo, y se incendió la opinión pública en una discusión
maniquea: golpe periodístico (por tomarse una fotografía con un sujeto buscado
por el gobierno mexicano), o mensajero del narco (por difundir acríticamente su
dicho).
Llevamos
días persiguiendo nuestra cola sin entrar a discutir, en fondo y forma, cuál es
el papel de los medios y los periodistas en la guerra contra las drogas. ¿En
dónde está la frontera entre el deber de informar y ser informado, y el deseo
de entretener y ser entretenido?
En
2008, cuando tuve la oportunidad de dirigir editorialmente uno de los
principales periódicos de la ciudad de México, dos editores, apresurados, me
dijeron que Joaquín "El Chapo" Guzmán, que se había fugado de una
cárcel de máxima seguridad en 2001 y quien junto con Zambada encabeza el Cártel
de Sinaloa, había ofrecido darle una entrevista a una reportera, y querían mi
visto bueno para comunicar a los intermediarios que la haríamos y, sobretodo,
que la publicaríamos. Mi respuesta inmediata fue no. Replicaron que sería un
"golpe periodístico", e insistí en que no. ¿Cuáles eran las razones?
Se las expuse:
1.-
¿Cómo sabíamos que no era una trampa para la reportera, veterana en coberturas
delicadas y que en el pasado ya había sufrido amenazas? ¿Cómo garantizar su
vida?
2.-
Suponiendo que no fuera así, ¿qué sucedería en el hipotético caso de que poco
después de la entrevista "El Chapo" Guzmán se topara con fuerzas de
seguridad, tuviera un enfrentamiento o inclusive si lo arrestaran? Sus socios
iban a pensar que la reportera había "puesto" (entregado) al
narcotraficante. Es decir, la vida de la reportera estaría en serio peligro.
3.-
La siguiente pregunta necesaria era ¿por qué nos ofreció la entrevista? Uno de
los editores respondió que Guzmán quería enviar un mensaje, aparentemente al
gobierno de Estados Unidos, de que estaba dispuesto a entregarse. Esa
afirmación tendría un valor periodístico, en efecto, pero al final de cuentas,
era un mensaje que quería transmitir, y no era una declaración obtenida de una
entrevista que se hubiera solicitado, que se hubiera trabajado, que en el
proceso se hubiera persuadido a un criminal de hablar abiertamente con la
prensa. Desde mi punto de vista, los términos de una charla con cualquier
interlocutor cambia radicalmente si es una invitación -donde de antemano se
aceptan las condiciones del entrevistado-, o si se convence al interlocutor de
dar la entrevista -donde éste es el que acepta las condiciones-. En la primera,
el riesgo de que sea propaganda es alto; en la segunda, dependerá de la
habilidad del entrevistador para que no sea.
4.-
Si aceptáramos la invitación, proseguí hipotéticamente, y la reportera
decidiera -como estaba seguro que lo haría- a preguntar sobre los temas
relevantes que tendría que explicar un capo del narcotráfico como Guzmán -como
lo que desde entonces se habla de que él está protegido por el gobierno federal-,
¿cómo garantizar la seguridad de ella en la entrevista? Si aceptábamos los
términos de la invitación, aceptábamos también que se publicaría, y en ese
sentido, sólo lo que él dijera podríamos difundir. Si no contestaba lo que ella
le preguntaba, el material que saldría a los lectores sería el equivalente a un
boletín de prensa, muy espectacular por la fuente, pero sólo eso.
5.-
Para efectos de argumentación planteé que si todo eso fuera superado e hiciera
las preguntas necesarias, ¿qué sucedería si a Guzmán no le gusta el resultado
final? La vida de la periodista podría estar en peligro, y estaríamos abriendo
la puerta del periódico para represalias del narcotráfico.
6.-
Pero si el producto publicado le satisficiera y no hubiera problema posterior
con él, la pregunta era ¿qué pensarán sus rivales en el narcotráfico? Dudo,
como algunos creen, que exigirían un espacio similar para decir lo que
quisieran. En la mecánica de la mente de los narcotraficantes, es más probable
que piensen que nos habíamos aliado con el Cártel de Sinaloa. En cualquier
caso, abriríamos la puerta al narcotráfico y seríamos un capo más de sus
batallas sangrientas.
En
la suma final de considerandos, no alcanzaba a ver el final del túnel que
garantizara la seguridad para la periodista, que dejara blindado al periódico
frente a venganzas o complicidades asumidas de los narcotraficantes, y que
pudiéramos tener la certeza de que el producto final tuviera un valor
periodístico tan grande que, como en ocasiones se toman decisiones éticas, se
hicieran de lado todas las consideraciones por el bien mayor que se iba a
alcanzar. El rechazo a la invitación de "El Chapo" no tuvo posteriores
represalias.
A
casi dos años de distancia, Scherer, cuyas consideraciones aún no ha explicado
con claridad para ir al encuentro con Zambada, tomó el camino contrario.
Criticarlo o alabarlo sin sustentar la posición que lleva a esa conclusión, no
lleva a nada constructivo. Es cierto que Scherer quedó a deber contenido
periodístico, como también lo es que Zambada pudo enviar sus mensajes
encriptados: sigue operando, sigue vinculado a Guzmán, vive a salto de mata, lo
que significa que la guerra contra el narcotráfico sí lo ha afectado, y no
quiere meterse en lo personal con el Presidente.
Más
allá de loa anecdotario, el encuentro de Scherer con Zambada representa una
gran oportunidad para abrir el debate, no sólo sobre la forma sino sobre el
fondo de lo que ello significa. Pero hasta ahora, la discusión pública no ha
aportado argumentos, razones o ideas que permitan comprender cuál debe ser el
papel de los medios de comunicación en esta lucha.
Este
es un debate que ayudaría a establecer un gran marco de referencia que acote la
anarquía informativa que se vive actualmente, así como los antagonismos en la
opinión pública y la polarización social que generan. Permitiría confrontar las
ideas sobre el derecho a informar por parte de los medios y el derecho a ser
informado de la ciudadanía, contra lo que a veces sucede, de manera cada vez
más frecuente: el deseo de entretener de los medios, y el de la sociedad de ser
entretenido. Sin embargo, esta discusión no ha comenzado. Parece no haber
urgencia de reflexionar sobre este tema. Es demasiado complejo y hay que pensar
mucho. Para qué hacerlo, se podría alegar cínicamente, si como estamos hasta
parece que vivimos felices.